Hetalia: Utopia's Ultimate War
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Sheer Cold [Spin-off][Event][R+18]

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Mensaje por Antártida Lun Ene 10, 2011 7:36 pm

¡Aviso!

El tema a continuación contiene y/o contendrá material explícito de naturaleza violenta o perturbante. Se socilita discreción.





~Sheer Cold~



Llueve. Llueve a cántaros en todo el mundo. Oscuros nubarrones se formaron en el cielo sobre los montes, las ciudades y los terrenos abandonados por la guerra. Un trueno, una orden de Dios que retumbó en todos los rincones de la tierra, y luego agua. La gente dejó las sombrillas en sus casas y salieron a danzar bajo la lluvia, gritando de alegría. Sus lágrimas se confundían con las gotas que empapaban sus caras. En las trincheras y los campos de batalla los soldados sentían la lluvia sobre sus cascos y las dejaban tiradas en el suelo, mirando absortos al cielo. Las gargantas de los muertos se llenaban a rebosar de agua y diluian la sangre seca que quedaba sobre sus rostros. En las regiones más frías caia una espesa capa de nieve y todos sacaban de sus roperos los gruesos abrigos de piel, las botas y los guantes. El invierno había regresado. Las fábricas de armas se pararon, las plumas se deslizaron sobre papeles y docenas de manos se estrecharon en silencio. La tercera guerra mundial había terminado.


22 de Febrero de 2021

Washington D.C., Estados Unidos de América.


El termómetro marcaba los -26ºC en luces rojas titilantes. Los edificios tenían una pesada capa de nieve y estalactitas colgando de sus cornisas. Las calles eran un desierto blanco en el cual no transitaba ni un alma, y el viento aullaba entre los callejones como un lobo hambriento. Una voz de mujer sonaba desde la ventana de un departamento, su eco llenaba las paredes. Era la voz del televisor, anunciando la llegada de otra tormenta al anochecer. El estertor de la mala señal se mezclaba con su voz y retumbaba entre las paredes vacías de los edificios residenciales y luego era callado brutalmente por el viento que se arremolinaba en las calles. Los coches estaban vacíos y abandonados, las hojas de los árboles estaban congeladas en sus ramas. Bajo la enorme capa de nieve se asomaban apenas unos dedos amoratados y carentes de vida, un pie, un torso acaramado en un rincón, un rostro de ojos vidriosos en cuya superficie se reflejaban los nubarrones grises que encapotaban el cielo. Ya no quedaba un alma con vida en ese lugar. La nieve se lo había comido todo.


Provincia de Toliara. Madagascar.

La arena estaba bañada en aguanieve. Las olas del mar mecían pequeños trozos de hielo entre los cuales las gaviotas trataban de pescar algo. Un aroma agrio y podrido cubría la playa y se fundía con el aliento salado del mar. Una ráfaga de viento helado meció las copas congeladas de los árboles, tirando al suelo animales muertos de frío. Otros animales salieron aprisa a devorarlos antes de que se enfriaran más todavía y luego volvieron a toda prisa a sus madrigueras, cavadas en el suelo con sus propias garras para guarecerse del clima. La ciudad de Tôla estaba a rebosar de desilusión, incertidumbre, miedo e inmigrantes. Muchos habían huido hacia el sur para escapar del azote del invierno, pero incluso en aquella isla tropical los cielos eran perpetuamente grises y helados. Un trueno. Empezó a granizar. Los perdigones de hielo rompían ventanas, lastimaban a la gente mientras ellos se lastimaban entre si buscando un refugio. La tormenta arreciaba y ya venía la noche. Una ola escupió a la playa peces tan entumidos que apenas y podían revolcarse en la arena. Los animales chillaron, famélicos. El invierno lo cubría todo con su manto implacable, así había sido desde hace dos años, en los cuales el mundo empezó a desconocer la luz directa del sol.


Halley, territorio del Reino Unido. Antártida.

Una joven albina mira desde un glaciar hacia la placa de hielo que antes era el mar antártico. En sus manos tiene la cría de un pingüino, y está vestida de pies a cabeza en un abrigo blanco. Su cabello lacio y platinado cae a ambos lados de su rostro, en donde por primera vez se enmarca una sonrisa. Ella ha visto lo que sucede en el mundo. Ella sabe que es sólo el comienzo, y se echa a reir. Se rie de forma descarada, inhumana, burlándose de la humanidad. Sus ojos rojos se posan en la cría de pingüino que tiene en las manos antes de bajarlo en la nieve y dejarlo ir. Ella misma se da media vuelta y se interna en el blanco valle de la muerte que llama hogar.

Todo no ha hecho más que comenzar.

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Mensaje por Marco Turilli Vie Ene 14, 2011 10:50 pm

((No pongo fechas pues no quiero echar a perder todo por errores cronologicos solo me limitare a narrar acciones))

Nieve, tan fina y blanca como plumas de angeles...

Los primeros dias sin duda alguna fueron gloriosos, hermosos, llenos de goze y jubilo. La paz estaba hecha, los inquisitores dejaron su trabajo, no habia mas prisioneros de guerra que atormentar con sus instrumentos tortuorios. El sonido de las balas fue sustituido por risas de los niños. Los insultos aguerridos por hermosas carcajadas y sonrisas de la gente, los comandos y ordenes de guerras por palabras dulces hacia familias ahora unidas despues de tiempo separadas por la masacre...

Una utopia sin duda alguna.
Muchos de los que solamente veian la paz en sueños por fin la estaban viviendo, era real, no una ilusion, no un cuento hermoso e imaginario. Marco, al igual que muchos cardenales se quedo sin ejercer las torturas de la santa inquiscion, no obstante, su trabajo como medico no sezo durante los años. Primeramente, por el cambio climatico las unicas enfermedades que comenzo a tratar fueron fiebres, resfriados y todo tipo de enfermedades ocasionadas por el invierno... Poco a poco... Todo fue empeorando.

Los catarros se conviertieron en pulmonias y despues en enfermedades peores. Las temperaturas comenzaron a decender y el numero de pacientes subia cada vez mas, inclusive era peor que en la guerra solo que en esta ocasion no habia sangre, ni tampoco medicamentos suficientes. Si antes habian rogado por agua y un frio invierno, ahora se arrepentian de ello.
Los cardenales y la iglesia invitaban a todos a rezar por la parada de todos los desastres, el italiano sabia que rezar no era suficiente, ¡Como si un milagro fuese a salvarlos del clima! no era blasfemo, no era hereje, pero si un realista, un realista que sabe demasiado de la fisonomia humana como para saber que con esas bajas temperaturas la poblacion iria disminuyendo si no habia un plan de apoyo.

Todas las ciudades se colocaron en estado de alerta por las bajas temperaturas, por mas que las naciones se mantenian comunicadas en todas partes era lo mismo, el norte, el sur, el este y el oeste... El planeta completo sufria de una glaciacion y no sabian hasta cuando iba a parar, si es que lo hacia... Tal y como lo previno el rubio, la poblacion comenzo a disminuir a un ritmo alarmante pues no habia casi manera de mantener una temperatura corporal adecuada, aun con gruesos abrigos y fogatas el frio viento hacia de las suyas dento o fuera de los hogares ¿Cual era la diferencia?...

Lo peor es que era solamente el comienzo....
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Mensaje por Kazajstán Sáb Ene 15, 2011 9:10 am

( ;W; mi primer Evento!)

23 de Febrero de 2021

Almaty, República de Kazajstán

Primero era el calor abrazante que odiaban, pero ahora, era lo único que imploraban para que volviera. Le deseaban, como deseaban a sus esposos, a sus mujeres, a sus niños que el hielo se los había comido como a los cadáveres, la cal.
Salían a buscar algo de calor, de abrigo. Pero nada. Solo eran peleas y muchas veces el hielo comenzaba a mancharse de la sangre de los infantes que se enfrentaban entre ellos por las pieles de los animales.
Imploraban hasta el desierto, que ahora era una extensión de mar. Las aves caían muertas de su vuelo cuando el granizo, les daba el abrazo de morir.
Los árboles, los frutos deseados para callar a los niños que lloraban, no hacían más que quemarse.
Todos los que plantaban, debían rogarle a dios para que el granizo no matara la hierba, pero sus frutos podría hacerlos polvo, por eso debían de sacarlos ¡Rápido!
Los caballos y los peces, esos animales hermosos que se veían correr, nadar, saltar por toda la tierra, ya morían por inanición. Las manzanas se morían al caer sus flores, que el viento botaba. Las algas, se congelaron, rompiendo el estomago de los pececillos, matándoles y con su muerte, dejando desamparados a los mas pobres.
Las mujeres podían ver sus manos congeladas, sus pies amoratados de tanto correr, muchas veces los niños morían por el frío, y las enfermedades que conlleva el crudo invierno.
Era un pueblo acostumbrado a ese frío infernal, casi como en los propios polos, pero ¿Tanto como a los -80º C? … Jamás. Solo los mejores días el sol alumbraba entre las nubes, pero el viento levantaba el polvo blanco enterrando a algunos en su propia tierra.
Siempre en cada noche, se escuchaba el llanto en el hospital, el lugar ya hacinado por los niños que morían por congelamiento o desnutrición. Los llantos y los gritos, parecían la única forma de vida en ese alejado lugar, solo los buitres y las águilas que, tuvieron que volverse carroñeras, estaban de fiesta.
Un chico, de piel blanca y ojos grises como el mismo cielo nublado, con guantes en sus manos y solo una bufanda en su cuello. Caminaba como podía, contra el viento, dejando alimentos de su propio cultivar. Sus piernas desnudas se comenzaban a cansar y congelar, por suerte ya regresaba a casa.
Dificultosamente, entro a su casa, que era algo cálida, miraba como los pequeños peleaban con las aves para robarle la carne de los cadáveres conservados por el viento.
Su pájaro, una águila, con un pichón mas pequeño comenzaron a piar... Le miro, el ave estaba dañada removió la venda ensangrentada mal colocada y le curo, el ave le rasguño el rostro y cuando termino le abrazo. Ya le estaba afectando a su pueblo, a su solitaria vida, y a su familia.


Última edición por Kazajstán el Jue Ene 20, 2011 7:35 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Alfred F. Jones Sáb Ene 15, 2011 12:00 pm

(A ver como me sale @w@Uu)

Nueva York, Estados Unidos América.

Se auto abrazaba a si mismo mientras caminaba con cuidado por las calles desoladas en las que había nacido, recordando como años atrás antes por el tiempo de invierno los niños salían a jugar y se divertían, ahora no habiendo ninguna alma por el lugar por el que andaba; ojos azules miraban algunas pequeñas elevaciones de nieve, una que otra cosa sobresaliendo de la blanca nieve, no deseando mirar nuevamente aquello que yacia oculto bajo aquel manto blanquesino.

La primera vez que su curiosidad le invadió se acercó para arrodillarse y comenzar a desenterrar lo que había debajo de aquella nieve que tenia un leve color rosado; su piel , que ya había perdido aquel bronceado que hubiera tenido tiempo atrás, palideciendo y alejándose rápido, cayendo de sentón al ver con horror como delante suyo se encontraba el rostro de una chica, quizás entre sus 19-24 años, la cara de terror que poseía solo le daba un efecto atrás ante tal escena, solo haciendo notar que aquella chica había sufrido al momento en que se congelaba. Pero eso no era lo que hizo que el estomago del gringo hiciera devolver lo que había comido antes, si no el ver como la parte baja de su estomago estaba devorado y mas aun el notar que habían partes de extremidades mas pequeñas destrozadas y que sobresalían levemente del vientre abierto.

Retrocedió rápido , temblando, no por el frio, si no por el miedo de encontrar algo asi; los animales que ya poco a poco se habían vuelto salvajes debido a la falta de comida, habían echo su trabajo de alimentarse de lo que había a su alcance.


Cerró los ojos y se los cubrió con sus manos, era horrible como todo había llegado a ese extremo, era una pesadilla todo eso. Abrió los ojos y su mirada se volvió a una mas determinada, si hubiera sido como aquellos que no se preocuparon en un principio por tener mejor abrigo y estar preparado para todo esto, estaba mas que seguro que hubiera estado también como aquellas personas que estaban enterradas bajo la nieve. Se acomodó las armas que tenia, porque si, ya se había enfrentado con anterioridad a un grupo de perros hambriento , logrando eliminarlos pero tampoco no saliendo invicto de aquella lucha, habiendo recibido una fuerte mordida en la pierna que gracias a dios logró curar pero que se demoraba en sanar, fuese por que caminaba siempre y no se daba tiempo de reposar (puesto que tenia que seguir cambiando constantemente de lugar , tanto por los animales salvajes como por las personas que deseaban sus raciones de comida) o por el simple echo de que el frio no dejaba que su herida se curase rápido.

Miró el frente y continuó caminando , estando siempre alerta de sus alrededores, no deseando que ninguna cosa pasara en ese momento, rogando encontrar pronto algo o alguien que fuese sumiso para ayudarlo o al menos hacerse compañía.
Alfred F. Jones
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Mensaje por Antártida Vie Ene 21, 2011 6:12 pm


23 de Febrero de 2021

Nápoles, región de Campania, Italia del Sur.


La nevada había cesado la noche anterior. Dentro de la casa estaba presente el invierno como si las recámaras estuvieran a la intemperie. En una pequeña habitación se escuchaban rezos, susurros y sollozos. La hija menor de la familia acababa de fallecer. El médico, un sacerdote rubio vestido de pies a cabeza con ropa blanca, recitó en voz baja la casa de muerte: Una pulmonía fulminante que se agravó por la hipotermia que padecía la chiquilla. El cuerpo inocente de la pequeña, una criatura pecosa, de apenas seis años y que empezaba a mudar los dientes, yacía en el lecho mientras su madre sollozaba sin hallar consuelo bajo los rezos del siervo de Dios que rogaba por el buen descanso de su alma. Cuando hubo terminado y se levantó se despidió de la pobre mujer, diciéndole que ahora ella estaba con Dios, que no desesperase. Cruzaba el umbral de la habitación bañada en una luz blanquecina y cadavérica cuando a sus espaldas sonó un grito ahogado. La voz que escuchó detrás de él era tan fría como la nieve que se arremolinaba en las calles.

-¿A dónde vas, Marco Turilli?-

Cuando el rubio se giró, la mujer estaba tirada en el suelo, ahogándose con su propia sangre mientras tosía violentamente. Sentada en la cama estaba la niña. Tenía los ojos hundidos y la piel pálida como la cera. En su rostro se formaba una mueca descomunal. La carne bajo su piel hormigueaba y se convulsionaba. La experiencia le gritaba al sacerdote qué clase de fenómeno era ese, no podría haberse dado cuenta en esas condiciones. Hacía demasiado frío como para notar un descenso más en la temperatura.

-Si sales, podrías resfriarte.-

Su voz era inhumana, diabólica. Lo poco que quedaba de ojos en la carita de la niña escurrió como gruesas lágrimas de baba blanca y cuajada por sus mejillas pecosas. Despedía un olor pesado, amargo y penetrante. Se estaba pudriendo lentamente mientras estaba ahí, sonriendo grotescamente al médico. De su boca salieron moscas, de una de sus fosas nasales un gusano gordo y amarillento.

-Quédate un rato más y charlemos. ¿Qué podrías perder?-


Almatý, provincia de Almatý, Kazajstán.

Las tierras del norte habían resistido mejor que otros lugares al cambio del clima. Las familias se habían guarecido en sus hogares, reunidas en torno a los calefactores, y se habían puesto abrigo sobre abrigo de gruesas pieles animales. Era un hacinamiento brutal. Pero el calor se había mantenido vivo entre ellos, como una vela que en medio de la tormenta mantiene viva su llama de una manera espectral. Lo que escaseaba era la comida. La comida y los hombres gordos. Un delicioso aroma a estofado inundaba el hogar del kazajo. Su gente estaba cocinando algo que olía demasiado bien, a pesar de que lo único en la olla eran sólo trozos de carne rosada a medio cocer. Abajo en la cocina dos hombres cargaban un bulto de gran tamaño envuelto en un saco de lona marrón y lo tiraban a la nieve que se había juntado fuera. "así no se pudrirá", dijo uno. "Nada podría pudrirse con este frío", replicó el otro. Ambos se sonrieron y entraron de regreso a la cocina, frotándose los brazos con las manos enfundadas en guantes para la nieve.

-¡Hora de comer!-

Gritó la cocinera. Una veintena de personas corrieron al comedor, ocupando diversos lugares en la mesa, la barra o de pie sujetando su plato con una mano y la cuchara con la otra. Todos menos un hombre búlgaro que se había refugiado con ellos hace dos días. Un hombre alto, de treinta y tantos años de edad, abrigado hasta el cuello y medio calvo. Y gordo. Muy gordo. Una persona de su talla no podía ser pasada por alto, y menos en medio de esa gente pálida y delgada. Pero nadie le echó de menos ni preguntó por él. Sólo intercambiaban miradas silenciosas entre si mientras comian ese espeso caldo y masticaban la carne bien cocida, ocultando gestos de asco. Eran ellos o él.

-¡Hora de comer!-

Repitió la cocinera, esta vez hacia los cuartos superiores, donde Kazajstán cuiddaba a sus águilas. El tufo del caldo recién hecho poblaba el comedor, la cocina y la sala. Era un aroma agradable y tentador. Ahora ya nadie prestaba atención al asco ni a la pena. Tenían demasiada hambre.


Ciudad de Nueva York, Nueva York, Estados Unidos de América.

Era mejor así. Pensar que habían sido perros salvajes los que se habían comido el vientre de esa chica. Era lo mejor en ese momento. El viento ululaba en los callejones, buscando otra presa a quién arrastrar bajo la nieve. Una ráfaga lo hizo aullar como una bestia. A la sombra del viento se movía algo bajo la nieve. Un gemido. Un gorgoteo húmedo de ultratumba que se multiplicaba como respondiendo el llamado del invierno. Dos dedos que sobresalían de la nieve se arquearon cerrándose en su palma, uno de ellos se quebró y quedó tirado sobre el manto congelado que cubría las calles. Uno de los muertos se levantó. Tenía los ojos eternamente congelados y sus intestinos colgaban fuera de su vientre cercenado por duras mordidas.

Los perros no mordían así.

Otro cadáver se levantó de entre la nieve y cayó de bruces al suelo, su pierna estaba atrapada bajo las pesadas llantas de una camioneta todo terreno. De un tirón se deshizo de su extremidad, que crugió con un ruido sordo, y se arrastró sobre la nieve. Otro más se levantaba, y otro... Pronto, una docena de muertos andantes estaban en la calle, gruñiendo como animales. El viento sopló, revolviendo sus cabellos congelados y aullando burlonamente. Incluso aquella chica se había levantado, con la cara hecha una perpetua mueca de terror y angustia. Avanzaron lentamente, sus huesos y su carne crugía con cada paso que daban, dejando surcos en la nieve tras de si. Olían el calor de un cuerpo con vida, lo deseaban más que a nada. Sus mentes se habían ido, sus almas se las había comido el viento y ahora eran sólo un desperdicio que necesitaba alimentarse, una enorme pila de basura que necesitaba llenarse de moscas hasta que las moscas cubrieran sus cuerpos. Más a lo lejos, entre los callejones, se escuchaban los ladridos rabiosos de los perros sedientos de sangre.

Y el americano estaba solo, en medio de los neoyorquinos que habían perdido la fé y el alma al diablo y a la desesperación. Los no muertos avanzaban torpemente hacia él, atraidos por el vaho caliente que soltaba su boca, el sudor congelado que perlaba su piel y la expresión de terror en sus ojos azules. Eran una pila enorme de basura, la pila de basura del infierno. Y necesitaban crecer para que su peste se convirtiera en la miasma que asfixiara al mundo.

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Mensaje por Marco Turilli Lun Ene 24, 2011 5:27 pm

Pobre chiquilla, a tan temprana edad y tuvo que abandonar este mundo terrenal... Las cosas pasan por algo, y a tales condiciones climaticas ya no es de sorprenderse, quiza habia sido suertuda por no tener ya que soportar las gelidas temperaturas.
La hipotermia se estaba haciendo muy comun y frecuente en todos los lugares... Algo alarmante sin duda alguna, pues se extendia como un devastador incendio devorandolo todo.

Consolo a la mujer, una leve palmada en el hombro -Ahora esta con Dios, no habra mas de que preocuparse ni tampoco seguira sufriendo por la enfermdad que le asechaba- Suspiro pesadamente, mientras se levantaba y acomodaba su abrigo, debia seguir atendiendo mas casos.
La situacion realmente era aterradora... inclusive a sus oidos habia llegado el rumor que los animales se estaban volviendo salvajes, al estar desesperados por alimento cazaban como ultima opcion humanos.
Por eso y mas pese a que ya la guerra habia terminado, aun continuaba cargando su beretta junto con varios cartuchos.

El grito le hizo estremecerse como hacia años que no le sucedia... Vamos, su trabajo como inquisidor le llevo a tolerar cualquier clase de grito dolido y desesperado....

... Mas aquello fue completa y totalmente diferente...

Rapidamente giro sobre sus talones, su atuendo revoloteo levemente por el movimiento rapido.
Sus ojos se abren de par en par al observar la escena -¡Per l'amor di dio!- Exclamo con algo de...¿Miedo? ¡Si! hacia mucho que no lo experimentaba. Retrocedio un paso... y despues...

¡Bang! Tres disparos en direccion de la menor.

¿Como era posible? Habia comprobado todo, no tenia pulso ya, no habia calidez en su cuerpo si, estaba muerta. ¿Pero como explicar esos cambios? ¿Que eran? -¡Vas a volver al infierno de donde saliste!- Exclamo.
El olor le hizo llevar la mano libre (la que obviamente no tenia el arma) hasta su rostro, cubriendose la boca y la nariz, el hedor era algo insoportable. Por "La nueva inquisicion" tambien estaba acostumbrado a olores nauceabundos, pero sin duda alguna aquel fenomeno sobre pasaba todo lo que el rubio hubiese visto anteriormente.

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Mensaje por Alfred F. Jones Sáb Feb 12, 2011 7:48 am

Seguía caminando por la blanquecina nieve, cerrando los ojos un momento al escuchar como el mismo viento producía un fuerte sonido que no solo lo hizo temblar, si no que también hizo resonar las ventanas, con todas las intensiones de romperlas y apoderarse de aquellas casas o edificios que yacían vacios.

Sin embargo abrió los ojos cuando escuchó sonido de algo acercándose detrás suyo, sacando su arma para atacar , suponiendo que eran aquellos perros que había estado escuchando minutos atrás; cuando giró, sus ojos se agrandaron y su boca quedó abierta ante lo que se encontraba delante suyo. Personas. Pero al mismo tiempo ya habían dejado de serlo, eran cuerpos muertos que se acercaban hacia el de manera lenta debido a la nieve y a sus propios pasos lentos. El rubio se quedó estático en su lugar ¿Cómo era posible que cosas así hubieran aquí? Sintió como sus piernas temblaban, pero sujetó con firmeza su arma y dio el primer disparo hacia la cabeza de uno que parecía estar más cercano a él. Estaba aterrado, pero la adrenalina que apareció en ese momento hizo que se olvidara por un momento y que empezara a correr a todo lo que le daba, doblando en una esquina y teniendo que disparar rápido hacia delante suyo al notar que era de ahí de donde provenía los ladridos, matándolos rápidamente antes de que se le abalanzaran encima, girando su cabeza hacia atrás al escuchar como aquellos gemidos horribles se iban acercando.

Miró sus alrededores, se encontraba en un callejón sin salida; por su mente pasaron los buenos y malos momentos que hubiese tenido en aquel lugar, ya el mismo resignándose ante el propio cansancio que tenia. Estaba a punto de dejarse hacer cuando notó que arriba suyo había una escalera ¡Era su salvación! Eran esas escaleras típicas de incendios que había en los edificios y estaba muy agradecido de que era todavía de aquellas las cuales podía luego subir la misma extensión de la escalera una vez que se encontrara a salvo.

A pesar de estar cansado y que al parecer su pierna herida estaba acalambrada, se decidió a saltar con fuerza y bajar la escalera de una para luego comenzar a subirla lo mejor que podía, disparando a aquellas horribles cosas que estaban mas cerca, logrando subir al final con dificultad y luego subiendo la escalera para que esas cosas no subieran, no recordando que quizás no podrían subirla debido a su forma tan torpe de hacer las cosas.

Cuando hubiese visto que la ventana que daba hacia la escalera estuviera enrejada y que al parecer estaba todo el área de arriba despejado, se dejó sentar con cansancio mirando como aquellas cosas intentaban escalar la pared, solo rompiéndose los dedos y gimiendo de esa forma que hacia que el cuerpo del soldado se estremeciera por completo.

Ni siquiera supo cuando cerró los ojos, solo sabia que al abrirlos, ya era de noche casi y ya no se podía escuchar a aquellas cosas, al parecer habiendo encontrando a otra presa que andaba por ahí en esos momentos. No pudo evitar suspirar aliviado, frotándose la pierna herida para que entrara en calor; luego levantándose lo mejor que podía y en vez de bajar, comenzó a subir las escaleras, subiendo por lo menos unos seis pisos mas hasta llegar al techo que se encontraba igual de vacio que abajo, solo estando la puerta de acero que daba hacia el séptimo piso para bajar.

El neoyorquino se sentó en el borde del edificio y sacó su arma, usando la lupa que esta tenia para vigilar los alrededores, mirando con lastima como a unas 3 cuadras de donde yacía, se encontraban los muertos vivientes comiéndose a una persona que había tenido la mala suerte de pasar en ese momento por ahí. Bajó el arma y miró el cielo que una vez mas estaba nublado, al parecer nevaría de nuevo y otra vez escondería bajo su manto a esas criaturas horrendas.

Suspiró, quedándose ahí sentado, sacando un pedazo de sándwich y comiéndolo para recuperar energías. Ahora lo único que necesitaba hacer era encontrar a un grupo de personas para estar acompañado y así atacar o estar siendo defendidos de los zombies y demás animales que estuvieran sueltas.
Alfred F. Jones
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